“Sin manos y otras proezas de la infancia” es un libro ilustrado que te devuelve a la infancia con sus microhistorias sobre el primer amor, familiares imaginarios, peleas entre hermanos y los primeros miedos. Es una especie de invitación a redescubrir todas las preocupaciones, miedos y alegrías que vivimos de pequeños.
Sus personajes son imprevisibles y divertidos, pero cuentan todas las historias desde el punto de vista de la inocencia y descaro de los niños pequeños. No ofrecen una imagen perfecta de la infancia o la familia, sino que muestran situaciones bastante realistas, tiernas y oscuras, pero con mucho humor.
Los dibujos buscan conseguir una atmósfera naïf y surrealista con sus fondos blancos y una paleta de colores reducida a la escala de grises y rojo en algunas ocasiones.
¿Quienes son sus autores?
Rodrigo García Llorca
Durante su adolescencia decidió experimentar y probarlo todo: tocar la guitarra, la natación e incluso llevar pantalones de cuadros. También fue cuando empezó a dibujar. Más adelante entró en la facultad de Bellas artes para huir de las letras y carreras científicas. Hoy en día trabaja como diseñador gráfico e ilustrador y espera sacar adelante junto a Noel Lang la segunda entrega del cómic “Downtown“.
Raúl Jiménez Muñoz
De pequeño quería ser bombero, capitán de barco y astronauta, pero luego se dio cuenta que no era muy viable y se dio a la escritura. Pero lo dejó durante un tiempo para esconderse detrás de una cámara de video y trabajar para productoras y medios de comunicación. Actualmente participa en la tertulia de “Los Innuendistas” y sigue insistiendo en la ficción literaria.
¿Qué encontraréis dentro del libro?
¿Qué nos ha parecido?
Sin Manos no sólo son las historias narradas por un niño, son historias que suceden en una infancia (cualquiera, la tuya o la mía), y hay melancolía en ellas, melancolía por ese pasado del que ya no formamos parte y que era tan surrealista y reflexivo.
Son pensamientos que podrían haber sucedido, otros son de un tierno humor absurdo, otras sacadas de la poderosa imaginación de un niño y algunas podrían ser incluso del género de la ciencia-ficción.
Su narrador no es siempre el niño que el autor lleva dentro, también hay pensamientos de madres, de padres, hasta de perros. Eso sí, todos ellos vienen del recuerdo y de la añoranza. Mi historia favorita es la de un abuelo que tenía dificultad para ir al baño:
Mi abuelo se pasaba el día sentado en la taza. Hablábamos con él a través de la puerta.
–Decidme, niños, ¿cómo os ha ido en el cole?
–¡He pintado una flor! ¡Y yo un erizo de carreras!
–Anda, pasadlos por debajo de la puerta, que vea el iaio esos dibujos.
Salía sólo para comer.
–¿Qué? ¿Ha habido suerte? –Preguntaba mi abuela.
–¡Nada! ¡Imposible! –Contestaba él.
–Bueno, no te agobies. Igual a la tarde se da mejor.
Cuando venía alguna visita, y esta pasaba por el pasillo, mi abuela señalaba con resignada tristeza el baño. –Y ahí está mi marido –decía.
Las amigas habituales eran ya sabedoras del drama familiar.
–¿Qué? ¿Alguna novedad? –preguntaban.
–Bueno… –decía la abuela–. Parece que algo echó de madrugada.
–¡Eso fueron los nísperos! ¡Los nísperos de mi pueblo son mano de santo!
Cuando era mi abuelo quien recibía a algún viejo amigo, mi abuela colocaba una silla en el pasillo.
El amigo más viejo y bueno de mi abuelo era Óscar. Un señor bajito y delgado, que tenía las manos heladas. A los dos les gustaba mucho arreglar el mundo, y mantenían conversaciones larguísimas a través de la puerta del baño.
–¿Y usted no se atasca? –le preguntaba a menudo mi abuela.
–¡Qué va, esta va como un reloj! –se le oía gritar a mi abuelo.
–Sí, la verdad es que sí –confirmaba tímidamente el señor Óscar.
–¡Qué afortunado es! –exclamaba la abuela– ¡Qué afortunado! Eso es una bendición.
Ocurría a veces también que alguna visita necesitaba utilizar el baño. Mi abuelo entonces les cedía el sitio amablemente. No era un hombre envidioso, y siempre se alegró de la regularidad ajena.
–Le dejo la loza calentita –comentaba el viejo, al cruzarse con la visita de turno.
Las visitas solían entonces ruborizarse. Pero al salir reconocían siempre que era muy agradable usar ese baño, y que ya les gustaría a ellas que sus esposos mantuvieran templada la porcelana del váter.
A las historias entrañables se le suman unas ilustraciones que acompañan muy bien al sentimiento del que se empapa el texto, aniñadas y redondeadas, en medio de la tranquilidad del blanco de la página. Su estilo lánguido y sencillo, hecho de formas geométricas más que de personas, reflejan el pausado e imaginario mundo en el que nos introducen los textos. Y cierran el círculo perfecto del que se compone el libro.
¿Lo mejor? Las historias y sus ilustraciones te dan el punto de partida perfecto para dejar volar tu imaginación como hace tiempo que no hacías.
Todo lo que conforma Sin Manos y Otras proezas de la infancia te lleva de la mano a esa fantasía que sólo existe en la cabeza de los niños, y de la que tú formaste parte una vez.