El rumor de un lejano oleaje. Una oscura playa bañada por la luz de una luna blanca y solemne. Un niño negro de mirada lejana observa en silencio, buscando comprender, buscando sin saber. Empieza una historia íntima y cruda hasta el dolor, la historia de Little, de Chiron, de Black.
Moonlight (2016) narra, a modo de tríptico vital, la historia de un chico que malvive en las calles de un suburbio de Miami, Liberty Square, y su lucha por sobrevivir a costa de su propia naturaleza.
De dónde viene, a dónde va
Barry Jenkins firma con Moonlight su segunda obra tras su ópera prima, Medicine for Melancholy (2008). En esta ocasión adapta para la pantalla el relato escrito por Tarell Alvin McCraney, con el que también co-escribe el guión. La historia se titula In Moonlight Black Boys Look Blue, y se basa en la vida del propio McCraney, cuya madre (así como la de Jenkins) también sufrió una fuerte adicción por las drogas, marcando de este modo las vidas de ambos.
Moonlight goza del amplio beneplácito de la crítica, con casi la totalidad de las opiniones cinéfilas a su favor. La cinta se llevó el Globo de Oro a la Mejor Película Drama y está nominada a nada menos que 8 Premios Oscar, entre ellos el de Mejor Película y Mejor Director. A pesar de ello, cuenta como rival de peso a la multipremiada La La Land (2016), que ganó en la categoría homóloga de comedia y parece ir encauzada (si no escopeteada) hacia la cima.
La película de Damien Chazelle, también de una calidad notable, tiene preminencia al tratarse de un musical, género que siempre ha significado un sólido aval para ganar los Premios de la Academia. Moonlight, por contra, parece alejarse un poco de los cánones que más atraen a los académicos. Así que muy a mi pesar no esperaría ninguna sorpresa este próximo domingo, y lo mismo va por la reveladora y cojonuda Arrival (2016).
Qué cuenta y por qué funciona
Moonlight empieza con un menudo niño apodado Little. Menudo de cuerpo pero de vasta mirada, y con todas las de perder. Little reside solo con su madre, mujer drogadicta y desquiciada de la que no recibe más que dolor y ausencia (interpretada por una consumida y aterradora Naomie Harris). En la escuela las cosas no le van mucho mejor. Sufre la constante persecución de sus compañeros de clase, que entienden su comportamiento distante y su sensibilidad implícita como una razón para descargar sus propias frustraciones y miedos. Little sufre en silencio, sin respaldos ni cómplices (sólo otro niño lo acepta, Kevin), hasta que conoce a Blue (Mahershala Ali), un traficante del barrio que parece leer en él algo más que timidez y circunspección.
Así empieza la historia de un desdichado muchacho que aparenta navegar (o naufragar) en un mar de apariencias y prejuicios sociales. Un mundo donde bajo el efecto de “la luz de la luna” todos parecemos de la misma tonalidad azulada, homogéneos, y nos muestra iguales y comunes. Pero la vida y los golpes parecen decirle a Little, luego Chiron, luego Black, que él no es común, que el azul permeable que lo rodea no lo mancha como a los demás ni le permite diluirse y pasar desapercibido. Que su auténtica naturaleza, su atracción por los hombres y su mirada reflexiva, despertarán incomprensión y rechazo en su alrededor (razón por la que deberá adaptarse y cambiar su apelativo).
Moonlight es una historia dividida en tres capítulos, tres episodios clave de una misma vida que mira con distintos ojos, y con distintos nombres. Little, Chiron, Black. Niño, adolescente, hombre. Este es un descarnado avance hacia la madurez. Un avance atrapado en un estado implícito de dolor, de tormento apagado, vivido por un protagonista silencioso e introspectivo.
Silencioso e introspectivo como la narración de Moonlight. La acción transcurre sin fuertes altibajos: ni te impacta ni te abruma. Fluye como el paso del tiempo, como suele discurrir la vida real, acompañado de una música lenta, hermosa y envolvente (y cuidado que me quedo corto). Es una experiencia única que se cuela dentro de ti, poco a poco, para caer sumergido sin darte cuenta en su hipnótico discurso casi como si se tratara del tuyo propio, y para hacer de las andanzas de este chaval las tuyas propias y sentir su dolor y su alienación con tal latente pasión que duele, duele dentro y duele fuerte.
Moonlight es una relato contenido, construido de silencios, miradas y roces. Lo más importante, como casi siempre, es lo que no se dice, lo que queda fuera del espectro verbal. Moonlight sugiere, no muestra. Casi la totalidad de sus escenas son, en la sugerencia, delicadamente abrumadoras, de una finura electrizante.
Y es que Moonlight es como un experiencia vital en si misma. Más cercano al estilo impresionista, recuerda mucho al cine intimista de Richard Linklater y su peculiar tratamiento del tiempo, sobretodo a la memorable Boyhood (de la que hablé en su momento en este artículo). Jenkins hace un gran trabajo de subjetividad al entrelazar un uso de la cámara muy cercano (y humano), una gama de sonidos bien encajados y una atmósfera musical que te obliga a involucrarte en la experiencia vital del protagonista y vivirla a través de sus sentidos y sus emociones.
El juego cromático es también tan sutil como espectacular. Una paleta de colores fría y líquida, azulada, que se filtra suavemente como todo en esta maravillosa experiencia. Colores azulados como el agua donde este Antoine Doinel se limpia las heridas del cuerpo y del alma: en el mar, en la bañera, en la pica. Como el sobrenombre de Blue (y su coche), el primer hombre que lo ama y lo protege, pero el fruto de una lacerante contradicción (él, que lo quiere alejar del dolor, es el que le vende crack a su madre). Como la mirada de Chiron, distante y atormentada, que llora sin derramar una mísera lágrima. Como la luz de la luna que empapa las calles de esta jungla suburbana.
Y es que si hay algo que entendí hace tiempo con el cine es que lo importante no es la historia en si, sino cómo se cuenta. Nos conocemos todos los relatos, nos los han contado una y otra vez a lo largo de cuentos, poesías, mitos, canciones y cualquier otra narrativa imaginable. Pero con Moonlight Jenkins nos mira directamente a los ojos y, sin pretensiones ni trampas, nos explica un crudo relato sobre la marginación, la pobreza, la violencia, la soledad, el amor y, sobretodo, la desesperada búsqueda por encontrar un sitio en un mundo hostil que juzga y ejecuta sin piedad. Y lo narra con tal majestuosidad, intimidad y honestidad que olvidas que este cuento ya lo has oído, para enseñarte que la historia de Little, de Chiron, de Black, es tan cruda y hermosa, como única e inolvidable.