Hay un problema a la hora de reseñar una película como ‘Lo que de verdad importa’ (traducción incalificable del original ‘The Healer’). Su finalidad amenaza con distorsionar cualquier acercamiento más o menos crítico. Así que digámoslo lo antes posible: si bien la meta de esta película (destinar la recaudación en taquilla a campamentos para niños con enfermedades graves, organizados por la fundación promovida por Paul Newman) es digna de todos los elogios posibles, la película en sí es, lisa y llanamente, deplorable.
Para poder acometer la tarea, centraremos la atención en tres elementos clave:
- La contradicción entre la bondad del objetivo y la propuesta temática
- El mensaje bochornoso que desliza la película
- La tosquedad de muchos de los elementos audiovisuales puestos en juego
Bondades terrenales frente a devaneos espirituales
‘Lo que de verdad importa’ es una película basada en su fin solidario y en su aliento de homenaje a Paul Newman y su labor al frente de SeriousFun Children’s Network, una red de campamentos dirigidos a niños que padecen enfermedades graves. De hecho, al acabar el filme, se suceden varias imágenes de las actividades de la organización de Newman. Y, por supuesto, fotografías del actor al pie del cañón, señalando que los santos, a veces, existen (la frase no es mía, sino un trasunto más o menos fiel de lo que expresa el director Paco Arango).
Si eso es así, si la intención última y evidente es loar a un ser humano que vivió y actuó, ¿por qué articular esa alabanza con un relato basado, precisamente, en todo lo contrario? Para entender un poco mejor todo esto entremos en los detalles narrativos de la propuesta:
¿De qué va la película ‘Lo que de verdad importa?
Resumo el argumento de la película: un tipo con especial habilidad para arreglar aparatos eléctricos atraviesa una mala época en lo económico, en lo laboral y en lo personal. Pero todo parece arreglarse cuando aparece un tío suyo, al que no conocía de nada, y le ofrece pasar un año en un pueblecito de Canadá a cambio de pagar sus deudas. El tipo, lógicamente, acepta.
En el pueblo descubrirá que tiene un don sobrenatural (ojo a la sutileza: al protagonista se le apoda “El curandero” por su pericia reparando trastos… Y su don tiene mucho que ver con ello), atravesará momentos de vacilación y duda, y no sigo por si alguien tiene interés en verla.
La cuestión es que, de todas las formas que Arango tenía de honrar la memoria de Newman y su legado humanitario, recurre a la peor: un chusco aplauso a la fe religiosa. Para exaltar las bondades de las personas, utiliza de vehículo la gracia divina. En mi opinión, una manera deshonesta de regatear el orgullo por ser humanos.
Dada la promoción que la película ha tenido (muy centrada en su carácter benéfico), se entiende mal que Arango tome determinadas decisiones narrativas. Fundamentalmente hay dos que sirven de ejemplo para el argumento que quiero formular:
Con las iglesias hemos topado
La primera es la exagerada presencia de la institución eclesiástica como catalizadora del relato. Cuando el protagonista se ve en aprietos, se refugia en una iglesia. Al dudar sobre qué opción escoger de entre las que se le ofrecen, es un sacerdote el que le aconseja. Cuando ha de comunicar algo muy importante a los habitantes del pueblo, el lugar de la reunión es la iglesia local. Y en el momento en el que debe enfrentarse al instante decisivo, directamente se va a hablar con Dios.
¿Qué se puede deducir de todo esto? Evidentemente, resulta imposible entrar en la cabeza del cineasta y es completamente inapropiado juzgar sus creencias.
Pero, ¿por qué no decir las cosas claras? ‘Lo que de verdad importa’ es una película misionera, y ocultar este hecho sí es deshonesto. ¿Por qué si no todas las intervenciones de curas y las secuencias ubicadas en iglesias responden a un enderezamiento narrativo de los desvíos del protagonista (jugador, mujeriego y desapegado, para más señas)?
A vueltas con los milagros
La otra decisión narrativa cuestionable es el canto a los milagros. Aunque se trate de una ficción, jugar con la idea de la curación espontánea de un cáncer terminal resulta, al menos, irresponsable.
Si la película quiere funcionar como homenaje a los esforzados y muy duros trabajos terrenales de personas concretas, ¿por qué hacer girar un punto clave del guion sobre una recuperación milagrosa? Máxime cuando potenciales espectadores de esta película pueden encontrarse en el trance de convivir con una enfermedad grave.
Una vez más, todo proviene del mismo problema, descrito en el apartado anterior. La insistencia en lo divino, en lo sobrenatural, resta eficacia al mensaje. O, incluso, lo llega a corromper en momentos especialmente bochornosos.
En realidad, esta película es un ejemplo perfecto de que la sensibilidad no es, ni mucho menos, compatible con la sensiblería.
‘Lo que de verdad importa’ es un telefilme disfrazado
Hasta ahora hemos criticado la santurronería en lo narrativo y la contradicción en lo temático (cuestiones poco menos que imperdonables en una propuesta de estas características), pero el problema no se detiene ahí. ‘Lo que de verdad importa’ es una película tosca, simplona y, digámoslo de una vez, cutre. Solo un elemento la diferencia de un telefilme de sobremesa de sábado: la fotografía.
La calidad de la imagen de la película es su excusa audiovisual para ingresar en el circuito de salas comerciales (más allá de su nunca suficientemente valorada finalidad humanitaria). El director de fotografía, Javier Aguirresarobe, es uno de los cineastas más destacados en su ámbito en el mundo del cine español (y no tan español). Por decirlo en términos coloquiales: no hay planos malos, y la película tiene una buena factura.
El inconveniente es que prácticamente todo lo demás hace agua: ni el oficio de Aguirresarobe salva una serie de fallos en cadena a cual más desalentador. El principal: no hay ningún tipo de reflexión a la hora de hacer del discurso ideológico un discurso audiovisual. Es una película basada en las convenciones más ramplonas de las producciones en serie.
De todo lo anterior, por lo tanto, se desprende una conclusión sencilla. De no ser por su carácter benéfico, ‘Lo que de verdad importa’ habría engrosado la lista de telefilmes de cualquier cadena generalista.