Si algo resulta ciertamente gratificante es comprobar la aplicación de un axioma. Bueno, ya me entendéis, gratificante en cierto modo; esto es, a nivel intelectual, puesto que es probable que ese axioma no nos agrade en absoluto.
Pero igual que, en un contexto matemático, sumar dos más dos siempre da cuatro, conocer las leyes que explican determinados mecanismos permite comprender sus consecuencias. Y sí, hay un hecho cierto: los telespectadores quieren héroes y villanos. Los grises no existen, porque estos grises, de existir, nos podrían frente al espejo y veríamos que en todos nosotros hay bondad y hay maldad.
Los villanos en el cine y TV
Mucho mejor pensar que Darth Vader es un malvado asesino, un puro antagonista, antes que comprender que sencillamente es una persona poderosa, corruptible por su naturaleza humana, a la que la ambición y la arrogancia trasladaron al lado oscuro de la fuerza.
Roy Batty, por ejemplo, como antagonista de Blade Runner, en realidad es un androide con psicología humana que tiene miedo a morir, como todos nosotros.
Pero es mejor pensar que sólo es el villano. El negro. Los malos frente al buenísimo Luke Skywalker y el atormentado Deckard.
Con ello no pretendo decir que este maniqueísmo se corresponda con la voluntad de los autores de las películas o de las novelas en las que están basadas.
Todo lo contrario.
Como veréis, no he recurrido a villanos cualquiera, sino a dos villanos grises que los televidentes malinterpretan. Y es que ése es el problema; o mejor dicho, ése el recurso que, de un tiempo a esta parte, parecen haber entendido demasiado bien los productores de cine o series: la simplificación y el maniqueísmo en una obra de ficción permite llegar a un público mayor.
Por eso, Benioff y Weiss, productores de Juego de Tronos, han ido cayendo en dicho axioma con independencia a la profundidad de la obra de George R.R. Martin.
El bien y el mal en Juego de Tronos
El título del artículo es bastante revelador. Los personajes y la religión a la que me voy a referir sale de la diatriba del bien y el mal clásico.
No son ni la endiosada Daenerys Targaryen, interpretada por una impertérrita Emilia Clarke –hay momentos en los que no sabes si es que no sabe actuar o si le obligan a poner ese rostro-, ni por supuesto el enano graciosete Tyrion Lannister, interpretado por un estelar Peter Dinklage que ha visto reducido su maravilloso personaje a una retahíla de lugares comunes y chistes sobre penes; todos ellos como encarnación del bien. Ni por supuesto son Ramsay Bolton, interpretado por el genial Iwan Rheon, ni Cersei Lannister, interpretada por la soberbia Lena Headey; todos ellos como encarnación del mal. No. En absoluto.
Estos personajes, absolutamente grises en la obra de George R.R. Martin e interpretados por actores mayúsculos, a excepción de Emilia –no puedo con ella, lo siento-, han pasado de tener muchos matices a ser planos, llanos, vacuos, hueros; a ser una suerte de héroes y villanos de la serie de Juego de Tronos.
Cuando más famosa se hacía la serie, más simples han sido sus personajes. Daenerys puede quemar vivos a los Tarly, que no pasa nada, está justificado, y sólo nos planteamos si es moralmente adecuado porque Tyrion se lo pregunta.
Un pequeño salto en la moralidad del personaje que se resuelve en el último capítulo de la séptima temporada: elige a Tyrion para que calme sus instintos asesinos, por tanto, damos el OK. Compramos la acelga. Blanco o negro, no nos planteamos nada más.
El ninguneo de los hijos del hierro
Pero si algo debo criticar a HBO, Dorne aparte, que seguramente será objeto de otro furibundo análisis por mi parte, es el lamentable tratamiento que han recibido los hijos del hierro.
Sí, es cierto, hay gente que los detesta. Hay personas que, leyendo Festín de Cuervos, se aburrían soberanamente con Aeron Greyjoy o se saltaba las páginas referidas a la asamblea de sucesión; pero no es mi caso.
Mi fascinación por los hijos del hierro, no obstante, va más allá de la profundidad de algunos personajes, como por supuesto Theon Greyjoy o Asha Greyjoy, o incluso Rodrik Harlaw, o la absoluta épica de uno de mis personajes preferidos, pese a su simpleza intelectual, como Victarion Greyjoy.
Es su religión la que más me llamó la atención. La construcción que erige George R.R. Martin sobre los huesos de Nagga y el Dios ahogado merece una mención especial y nos permite comprender mejor a los hijos del hierro. No a Euron Greyjoy, claro, que es un hombre impío con los sesos sometidos a los fluidos del color del ocaso; pero sí al resto de los personajes, y al resto de hijos del hierro, que no acaban de creerse todo ese rollo de magos, mestizos y dragones.
Todo ello pasa de puntillas, se apunta de soslayo, en la serie de Juego de Tronos. Theon Greyjoy, interpretado por Alfie Allen, es un personaje errático, que lo mantienen en la serie pero no saben muy bien por qué.
La transformación de Theon a Hediondo fue magistral, pero tras la salvación de Sansa Stark -Jeyne Poole en la novela- de las garras de Ramsay Bolton, el personaje se desdibuja absolutamente. Va dando tumbos sin ton ni son.
Con Asha, en fin, qué decir. No sólo le han cambiado el nombre por Yara, sino que no han entendido al personaje. De hecho, la hacen lesbiana, imagino que por entender que Qarl La Doncella, su amante en la novela, es una mujer… cuando es un varón, pese a su pseudónimo.
Pero lo peor es la inexistencia de Victarion Greyjoy, la irrelevancia de Aeron Pelomojado y, sobre todo, la ridiculez de Euron Greyjoy. “A finger in the bom”. El personaje se puede reducir a eso. Un tipo torrentiano, casposo, que habla con Jaime Lannister sobre meterle un dedo en el culo a Cersei y cuya mejor escena, curiosamente, es en la que se convierte, de facto, en Victarion Greyjoy: hacha en mano, entrando en escena como un demonio en la tierra, petándose a medio barco y matando a dos de las gusanas de arena.
Casi podemos imaginar la batalla de Victarion Greyjoy ante las Islas Escudo y su batalla con Talbert Serry. Un espejismo.
Nada vemos en la serie de Juego de Tronos del feminismo audaz de Asha Greyjoy, más allá de cuatro frases y algunas actuaciones. Tampoco vemos el verdadero terror, la absoluta tiniebla que representa Euron Greyjoy en las novelas, cuyos episodios dan miedo y provocan fascinación a partes iguales, desconociendo en todo momento qué es lo que realmente quiere. Ni tenemos a un Pelomojado que muestre su exaltado y exótico fanatismo religioso, con sus borracheras de agua de mar: sólo tenemos una asamblea descafeinada en unas rocas y el ahogamiento de Euron Greyjoy. Y no tenemos a Victarion. Un ultraje.
Al final, como he dicho, blancos y negros, buenos y malos: hay personajes que, bajo su supuesta naturaleza secundaria y su falta de encaje en el maniqueo juego, son ninguneados.
El empanado de Jon Nieve, los vengadores tras el Muro, la Cersei Maléfica, el enano coñón -Terminator 2 dixit-, la del dragón, y poco más. Lo demás es puro atrezzo. El clásico africano random de un equipo de fútbol europeo. Los soldados que reciben la primera ráfaga y cuyos nombres ni aparecen en los títulos. George R.R. Martin ofrece mucho más.
El universo de George R. R. Martin
Su universo, en mi humilde opinión de lector contumaz, puede equipararse al creado por Tolkien.
De hecho, seguramente prepararé un artículo en el que compararé la caída de Valyria con la caída de Númenor en el que podremos comprobar sus coincidencias y diferencias, así como todo el trasfondo histórico existente tras Canción de Hielo y Fuego y El Señor de los Anillos.
Pero vayamos por partes. Hoy toca hablar del Dios Ahogado, ese gran olvidado de Juego de Tronos, cuyo encaje no cabe en el maniqueísmo en el que ha caído HBO.
Bendícenos con sal, bendícenos con acero
Primeramente, es preciso que establezcamos los orígenes metafísicos de esta religión. En realidad, esta religión también es maniquea: no hablamos de bien y el mal propiamente dicho, sino del Dios del Mar y del Dios de la Tormenta.
El Dios del Mar, o Dios Ahogado, en la mitología de los hombres del hierro, es una deidad que navegó desde el infinito para traer el fuego a los hombres que habitan en las duras islas del hierro y otorgarles los medios para su supervivencia: frente a la opulencia de las tierras verdes, la dureza, fuerza y coraje de los isleños, que harían suyas todas las riquezas el mundo mediante el saqueo. Pagando el precio del hierro.
En cuanto al Dios de la Tormenta, el antagonista del Dios Ahogado, se dice que es su enemigo eterno y que luchan desde hace milenios por el control de las aguas. El Dios Ahogado reside en el mar, mientras que el Dios de la Tormenta reside en las nubes y utiliza los cuervos como sus guerreros. Se dice que las tormentas marinas son las batallas que libran ambos dioses de manera perpetua.
En segundo lugar, debemos centrarnos en los dictados de la religión que se imponen a los hijos del hierro. Las Antiguas Costumbres que no deja de repetir Aeron Greyjoy y que le traen de cabeza cuando es elegido Euron Greyjoy en la asamblea de sucesión.
El primer y principal dictado de la religión del Dios Ahogado es la adquisición de recursos mediante el pago del precio del hierro; es decir, mediante el saqueo, el robo y el hurto. Todo bien debe ser tomado por la fuerza, pues la fuerza es la máxima virtud de un hombre del hierro. Hay una excepción a esta norma general, que son los regalos que se entregan en la asamblea de sucesión para elegir nuevo Rey, en cuyo caso se entregan tesoros a los reyes y capitales para ganarse su favor.
Otro dictado importante de las Antiguas Costumbres son el sometimiento de los siervos y la posibilidad de tener esposas de sal. Todo rehén o cautivo de un pueblo conquistado o sometido puede ser trasladado a las islas del Hierro para convertirse en siervo o, en su caso, en esposa de sal. Los primeros, quedan sometidos a un régimen de pseudoesclavitud, pero no son posesiones, ni pueden ser comprados ni vendidos; de hecho, la segunda generación de siervos pueden alcanzar categoría de hombres del hierro, si tienen los redaños para ello.
Esta costumbre choca frontalmente con la intención que tiene Euron Greyjoy de vender como esclavos en Volantis a los cautivos de las Islas Escudo, como apunta Rodrik Harlaw a Nute el Barbero en Escudo de Roble. Sobre las esposas de sal, en fin, se trata sencillamente de las concubinas de los isleños del hierro. Un hombre puede tener, además de su esposa del mar, varias esposas de sal, que satisfará sus deseos carnales.
En relación a sus costumbres iniciáticas, debemos referirnos al ritual del ahogamiento y posterior resurrección. Si bien en la religión católica, por poner un ejemplo conocido, eres introducido en la religión mediante el bautismo, que consiste en sumergirte en agua sagrada, los hijos del hierro llevan esta costumbre más allá: no sólo te sumergen, sino que te ahogan hasta que dejas de respirar y posteriormente te realizan técnicas de reanimación para que expulses en agua de los pulmones y vuelvas a respirar. Es como morir y resucitar.
Por ello, de este método iniciático, viene la expresión de que lo que está muerto no puede morir. En concreto, las oraciones son las siguientes:
Sacerdote: Señor Dios que te ahogaste por nosotros, permite que tu siervo renazca del mar, como renaciste tú. Bendícelo con la sal, bendícelo con piedra, bendícelo con acero.
Respuesta: Lo que está muerto no puede morir.
Sacerdote: Lo que está muerto no puede morir, sino que se alza de nuevo, más duro, más fuerte.
Por último, resulta esencial referirnos a sus reliquias, señalando las siguientes:
- La silla de Piedramar, en el que se sienta el Rey o el Señor de las Islas del Hierro
- El trono tallado en forma de Kraken, una reliquia supuestamente entregada por los Profundos a los Primeros Hombres
- La Colina de Nagga, ubicada en Viejo Wyk, donde se realizan las asambleas de sucesión y donde se encuentran las costillas del dragón marino Nagga, asesinado por el Rey Gris con ayuda del Dios Ahogado.
Desde luego, es una religión fascinante. Y no hemos podido disfrutarla en toda su extensión en la serie de Juego de Tronos.
Al final, reducido todo el hilo argumental a una lucha del bien contra el mal entre los hombres y los caminantes blancos, los matices desaparecen, las religiones y la mitología se desvanece, los personajes pierden sus motivaciones grises.
El saqueo, para los hombres del hierro, es algo religioso, pío, que proviene de su Dios, no puede ser analizado en los habituales términos del bien o el mal. En realidad, es un modo amoral de sobrevivir mediante la fuerza, otorgándole a unas islas devastadas, sin tierra cultivable y sin nada más que rocas desnudas, una capacidad de hacerse un hueco en el mundo.
Porque lo que está muerto no puede morir.
* Artículo escrito por Sergio Hevia