Indiana es una de las películas sorpresa del año que nació a raíz de su paso por el Fantasia International Film Festival en Montreal y que se confirmó en la última edición del Festival Internacional de Cine Fantástico de Sitges.
Los que asistimos al pase de la película de Toni Comas en la sección Noves Visions Plus salimos de la sala desconcertados, pero con una agradable de sensación de felicidad: la de haberse enfrentado a unos códigos del cine de género tan familiares y a la vez tan originales desde su punto de vista. Porque Indiana no es una película de terror, aunque el terror sea uno de los géneros que combina su interesante miscelánea.
La búsqueda insaciable de la realidad
Indiana retrata, a modo de peculiar road movie, las aventuras de dos cazadores de fantasmas que se autodenominan los “Spirit Doctors” y que recorren las desoladas tierras del medio oeste norteamericano para ayudar a personas que sufren problemas de carácter paranormal.
Con una trama en la que entran en juego (supuestas) casas y muñecas encantadas, ancianos que transportan cadáveres descuartizados y cazadores de fantasmas capaces de conectar con estímulos de otras realidades, todo parece indicar que estamos ante una película de terror sobre espíritus incontrolables.
Nada más lejos de la realidad. El objetivo de Comas no es explicarnos los fenómenos paranormales en sí, si no la realidad que podemos extraer de episodios como estos, sean o no sean ciertos, los creamos o no.
Utilizando como punto de partida un documental filmado por el mismo realizador sobre experiencias sobrenaturales que han sufrido ciudadanos en el estado de Indiana, Comas se lanza al terreno de la ficción para acercarse de manera minuciosa al oficio de estos cazadores de espíritus y a las víctimas de estas experiencias. Utiliza imágenes documentales que conjuga junto a testimonios reales y que aparecen como prólogo del filme subrayando esa búsqueda de la realidad.
Otro elemento que nos acerca al realismo del documental es la voz en off de su protagonista en algunas partes de la película. Al igual que el Agente Cooper dictaba sus mensajes a Diane en la serie Twin Peaks, Michael nos relata los diferentes casos a los que se enfrentan los “Spirit Doctors”: un relato que se mueve entre el testimonio oral sobre proceso laboral y la reflexión personal y que, al igual que los mensajes de Cooper, nos acercan a lo extraño que suscita esa realidad.
El misterio de las imágenes
La realidad que intenta captar Indiana no está escondida en muñecas o casas encantadas, si no en el interior de sus personajes; en el dolor y el sufrimiento de una mujer maltratada, en la culpa de un padre vengativo, en el vacío que provoca la ausencia de la pareja del héroe o en la impotencia de un padre incapaz de comunicarse con un hijo. Una verdad que a pesar de querer aflorar se esconde en el misterio de las imágenes y de su puesta en escena.
En el reflejo del protagonista en un espejo; en la mirada pérdida a través de una ventana, en el interior de una taza de café y en el tacto de las paredes de una vieja casa. La búsqueda de Indiana no es solamente una búsqueda de la realidad sino también la de la propia película, que se materializa en tres años de montaje y unos escasos y agradecidos 75 minutos de duración.
Tal y como dice el propio director:
La revelación con Indiana fue descubrir aquello que le sobraba más que aquello que el faltaba.
No sabemos qué secretos esconde ese material descartado o qué habría aportado a la trama y a los personajes del largometraje pero, sin duda, convierten su estructura narrativa, tan extraña y alejada de los manuales de guion, en otro fascinante misterio del que disfrutar.
Indiana es un espíritu difícil de atrapar que sin embargo existe y va creciendo en las entrañas.