Es evidente que Ridley Scott no se encuentra en su mejor momento cinematográfico. Atrás quedaron aquellos éxitos capaces de crear modas que durante años recorrían Hollywood de punta a punta (en la actualidad aun estamos recibiendo el eco de películas como “Gladiator”, “Alien: el octavo pasajero”y “Blade Runner”), ya que Exodus no será imitada por nadie, ni siquiera será recordada de aquí a unos años. Esto no debería de enturbiar la experiencia de acudir al cine a ver la última película de Scott, en su larga trayectoria la mayoría de sus películas no fueron creadas para perdurar, pero creo que es importante entender que nos encontramos ante una película de segunda que nada tiene de especial.
La historia escogida (contada una y mil veces) tampoco ayuda a que su última película remonte hacia éxitos pasados. Dos hermanastros, Moisés y Ramsés, son criados como iguales hasta que una revelación sobre el pasado del primero los separa irremediablemente, dando pie a una escalada de violencia fustigada por el dios de los hebreos. El argumento es el que es pero Ridley Scott hace el amago de intentar hacer suya la historia Gladiatorizandola con un Moisés que da tortas como panes, guerrero y violento. Las grandes batallas, las espadas y la sangre salpican la historia aquí y allá, reservándose un lugar importante en el metraje. De hecho la película comienza con una trepidante secuencia de acción, como los films de James Bond, funcionando casi como un gancho que sirve para poco más que dejar claras las intenciones de esta versión de las sagradas escrituras.
En lineas generales no puedo decir que Exodus sea mala pero tampoco que sea buena. Intenta contar una versión casi “realista” de las escrituras pero se queda a medio camino. Solo funciona si entras en su juego y aceptas (y te crees) a ese Moisés guerrero y loco, y las plagas de la casualidad (sobretodo disfruté con las primeras plagas y las reacciones que los eruditos egipcios intentan darle, pero todo eso se acaba diluyendo con la última, que no deja pié a la interpretación científica). Todo lo bueno que poco a poco, y a duras penas, consigue la película se va al traste en la parte final de la escena del mar, que de tan ridícula duele verla.
Lo mejor de la película son los dos faraones (Joel Edgerton y John Turturro), que por momentos se comen la pantalla solo con permanecer en plano, y el virrey interpretado por Ben Mendelsohn. La polémica suscitada a raíz de la utilización de actores caucásicos pasa a un segundo plano cuanto estos tres actores aparecen. Bale está (muy) horrible, eso si, y la ristra de secundarios de cartón tampoco lo hacen mucho mejor (incluyendo a Ben Kingley haciendo de si mismo y Aaron Paul que aparece por ahí con un contrato de practicas). Bale se dedica a vagar por los planos, casi como un observador, y pierde mucho el interés cuando no reparte estopa (aunque tampoco es que las secuencias de acción sean nada del otro mundo).
El 3D funciona de maravilla, aunque como suele pasar solo impresiona al principio y la vista se acaba acostumbrado. Los efectos especiales son resultones aunque el maquillaje llama la atención por lo ridículo en algunas de las plagas. Dudo que sea una película para tener en consideración de cara a los Óscar, ni para los premios importantes ni los técnicos.
Me cuesta mucho poder recomendar esta película ya que aunque en algunas partes reconozco que he disfrutado pesan más las malas decisiones que plagan el film a todos los niveles.
5,5/10