Álex de la Iglesia tiene un estilo reconocible. Eso es innegable. La gran mayoría de sus películas presentan una serie de rasgos perfectamente identificables. De entrada, eso me parece digno de comentarse. Para bien, claro está. El problema es que el estilo de este cineasta incluye una serie de atributos que constituyen tropezones frecuentes en la filmografía del vasco. Por descontado, la última película del realizador de ‘El día de la bestia’ no es una excepción. Siguiendo una trayectoria en la que sus filmes no muestran un equilibrio entre la propuesta expresiva y el contenido, podemos lanzar un titular. ¿Cuál? ‘El bar’ de Álex de la Iglesia, cuando la forma eclipsa al discurso. Una vez más.
‘El bar’ es una muestra perfecta de las virtudes de De la Iglesia. Y, al mismo tiempo, es un ejemplo paradigmático de unos defectos que con el tiempo parecen acentuarse. Aunque ahora entraremos en detalle, las características de su cine pueden resumirse de la siguiente manera. Por un lado, un dominio impresionante de los recursos del audiovisual. Por otro lado, una acusada tendencia al atropello narrativo. Y, por último, un discurso (ya sea ideológico, ya sea ético) tirando a pantanoso.
Un autor cómodo con su estilo
A pesar de que él mismo lo niega, Álex de la Iglesia es un autor. Lo que quiere decir que tiene estilo. En otras palabras: sus películas, tanto a nivel expresivo como a nivel temático, dialogan entre sí con intensidad. En ese sentido, la película engorda con placidez el canon de De la Iglesia.
Álex de la Iglesia es un director cinéfilo, y por eso en sus referencias bebe de muchas otras películas. Pero es un cineasta contemporáneo apegado a la cultura popular, lo que hace converger en su cine elementos del cómic, de la televisión, del videoclip o de los videojuegos. La película funciona como crisol intermedial perfecto. La tipificación paródica de los personajes (propia del tebeo español o de la ficción serial patria), el montaje picado y el cromatismo saturado (como en tantos vídeos musicales) o una secuencia de persecución propia de cualquier arcade estándar, todo ello puede encontrarse en ‘El bar’.
La exuberancia expresiva y el mestizaje cultural
Así pues, la hinchazón expresiva marca de la casa es la matriz estética de ‘El bar’ de Álex de la Iglesia. No podía ser de otra forma. Exceptuando el experimento (fallido) de ‘Los crímenes de Oxford’, el director siempre ha sido un aventajado alumno de la escuela del exceso. El esperpento berlanguiano tiene en él a uno de sus últimos representantes. Además, ese gusto por la mezcla, por la combinación, también está presente aquí. La cinta empieza como un retrato costumbrista, pasa a ser una intriga con reminiscencias a lo ‘Diez negritos’ y abraza sin prejuicios el género de conspiraciones. Todo ello en 45 minutos.
En cuanto a lo temático, es evidente que De la Iglesia sigue mostrando la capacidad del ser humano de hundirse en el fango. Desde una perspectiva a la vez cómica y terrorífica, el director explora cómo hombres y mujeres de cualquier condición (siempre con honrosas excepciones) nunca tocan fondo en lo que a ética se refiere. Los personajes de ‘El bar’, como casi todos en la filmografía de De la Iglesia, son, en líneas generales, despreciables.
El exceso es la pauta rectora del cine de Álex de la Iglesia. La película se ajusta perfectamente a esa norma, demostrando lo cómodo que se encuentra su director trabajando en estas coordenadas.
Relato a trompicones
“El bar, de Álex de la Iglesia, cuando la forma eclipsa el discurso”, el titular de este texto tiene un doble significado. Por un lado, habla de cómo la expresividad desaforada de De la Iglesia diluye el relato. Por otro, de cómo esa misma forma puede oscurecer determinados planteamientos discutibles.
En este caso, el guion es uno de los grandes damnificados del proyecto. El problema aquí es el habitual desde, por lo menos, ‘La chispa de la vida’. Recurriendo a los términos escolares de la narrativa, el planteamiento es excelente, en el nudo la cosa se va atascando y el desenlace degenera en dislate. Da la sensación de que De la Iglesia está enamorado de la chispa argumental primigenia, y que tiene prisa por poner en imágenes y sonidos el tinglado.
Eso no tendría por qué ser un pero. Sin embargo, cuando la propuesta genérica es tan reconocible, o bien haces saltar por los aires las convenciones o bien las respetas. La película se sitúa en esa peligrosa tierra de nadie en la que todo empieza frenético y compacto, y acaba resultando deslavazado y grotesco.
El malestar de la imagen
Dejo para el final la crítica más amarga que le hago a ‘El bar’. Y la encabezo con una imagen de Blanca Suárez no por casualidad. Dos malestares me causaron varias imágenes de la película Uno, relacionado con algo que solo alcanzo a calificar como sadismo. El otro, evidentemente provocado por el machismo.
Con respecto al sadismo mi criterio no es unívoco. Es evidente que determinadas escenas juegan con la manipulación extrema de los cuerpos, y eso es una propuesta estética que tiene el fin de epatar. Perfecto, por mí no hay problema. El exceso temático y expresivo se traslada a determinados planteamientos sobre el cuerpo. Algo habitual en la historia del arte, por cierto. Así que, más allá del estómago de cada cual, no hay aquí un motivo para el reproche. O así lo veo yo.
Sin embargo, el machismo sí que lo es. El cuerpo de la actriz protagonista es objeto (nunca mejor dicho) de una mirada completamente sexista que no alcanzo a comprender. El problema no es el discurso sobre la mujer. Es el discurso sobre una mujer atractiva. Los personajes de Pávez o Machi no son encuadrados como el de Suárez. Y el regodeo de determinadas secuencias con esta última es ropa interior es sencillamente impresentable.
La problemática de la balanza
Así pues, Álex de la Iglesia propone con esta cinta una obra coherente con su filmografía. La conclusión es, en mi opinión, clara: el director ha alcanzado un punto en el que planifica y rueda con soltura y calidad. La lástima es que ese punto parece implicar desaliño narrativo y discursivo.
‘Balada triste de trompeta’, ‘La chispa de la vida’, ‘Las brujas de Zugarramurdi‘ y ‘Mi gran noche’ van en la línea anteriormente descrita. ‘El bar’ abraza esa tendencia de producción sin problema. No obstante, De la Iglesia debe ya equilibrar la balanza. El planteamiento expresivo es rotundo y poderoso. El cuidado de la narración y el aquilatado ético no están tan trabajados.
Es la hora de que el responsable de ‘El día de la bestia’ y ‘La comunidad’ abandone esa zona tan confortable, en la que se lo pasa tan bien, y decida romper las finas ataduras que han encorsetado su cine (uno de los más estimulantes en el panorama español de los últimos 25 años) en obras sugestivas y brillantes, pero rara vez redondas.