Breaking Bad dejó el listón muy alto. Tanto por la calidad técnica y narrativa como por su cuantiosa audiencia, la ficción televisiva se convirtió en uno de los mayores éxitos de la historia de la pequeña pantalla. No es de extrañar que los jefazos de la AMC tuvieran intención de alargar la estela de Heisenberg tanto como fuera posible. Lamentablemente, nuestro profesor de química favorito no tenía más tirada. ¿Qué hacer entonces? ¿Qué personaje de la ya mítica serie tenía suficiente carisma y posibilidades narrativas como para protagonizar su propio spin-off? La respuesta llegó rápido: Saul Goodman. El deslenguado picapleitos nos dejó suficientes joyas durante las cuatro temporadas que formó parte de la vida de Walter White y Jesse Pinkman como para escribir su propio diccionario de frases. Los principales impulsores del proyecto fueron el propio Vince Gilligan (creador de BB) y el guionista Peter Gould, que veía infinitas posibilidades al personaje. En sus propias palabras: “Me gusta la idea de un serie acerca de un abogado en que el protagonista principal hace lo que sea para estar fuera de un juzgado”. Así que el proyecto se confirmó, y el pasado 8 de febrero amaneció en nuestros televisores.
Y aun aprendiendo a andar, Better Call Saul ya ha cosechado (de momento) un récord: el de mejor estreno por cable de la historia (en la franja de edad de 18 a 69 años, la más deseada por las agencias publicitarias). Un total de 6.9 millones de espectadores se sentaron delante del televisor para ver el episodio piloto, 4.4 de los cuales formaban parte de la mencionada franja de edad. La estrategia publicitaria de la AMC ha tenido mucho que ver con estos números: por si la propia inercia de la aclamadísima Breaking Bad fuera poco, los productores decidieron estrenar el piloto el domingo posterior a la vuelta de The Walking Dead (también de la AMC) después del parón de mitad de temporada. Felicidades señores, les ha salido bien la jugada.
SPOILERS EPISODIO PILOTO
En Better Call Saul nos situamos en el 2001, seis años antes de arrancar la particular y encarnizada epopeya de Walter White. Saul Goodman se hace llamar Jimmy McGill (¿su nombre real?), y está lejos de poseer el elegante despacho con secretaria al que nos tenía acostumbrados. Vive rodeado de facturas pendientes y austeridad económica y tiene que ir tirando como abogado de oficio entre malabarismos y artimañas baratas. Tiene un despacho minúsculo en la trastienda de un salón de belleza asiático y los clientes se le escapan de entre los dedos como la arena más desconfiada. Pero tranquilos que el abogado no se rinde y tiene muchos ases (y mentiras) en la manga.
El episodio nos brinda algunos suculentos momentos, como el encuentro con el duro Mike Ehrmamtraut, también en sus horas bajas como controlador de parking (tiempo atrás nos confirmaron que sería un activo muy presente en la precuela) y la sorpresiva aparición del psicopático Tuco Salamanca, recuperando su papel de antagonista. También es destacable el arranque en blanco y negro del episodio mostrándonos un futuro distópico para el abogado, probablemente posterior a la cronologia de Breaking Bad: nos recuerdan donde acaba antes de volver a donde empezó.
Pero, personalmente, la mejor escena del episodio se la cobra el propio Saul. En un momento en que, cabreado y hastiado de su situación la toma a coces con una inocente papelera, plasma a la perfección el contexto emocional en el que se encuentra nuestro protagonista y el modo en que resuelve sus conflictos: con ambigüedad cómica a la par que (casi) implacable en sus resultados. Sino cuestionádselo a la maltratada papelera.
Pero que no os engañen, Jimmy McGill es Saul Goodman. Sería capaz de vendernos fruta podrida a precio de caviar haciéndonos creer que nos hace un favor. Y NOS ENCANTA.
Si queréis seguir las desventuras del desvergonzado leguleyo, AMC estrenará episodio cada lunes. Aquí, como siempre, nos tendremos que esperar 24 horas. Así que ya sabeís, cada martes todos atentos a vuestras pantallas.