Cuando mis amigos y yo recorríamos las últimas estaciones de Barcelona de la Línea 1 en ruta hacia L’Hospitalet no podíamos imaginar lo que aguardaba al otro lado de esa frontera imaginaria que separa una metrópolis de otra, una sorte de última frontera para los de can fanga. En un callejón oscuro y sórdido se ubica el acceso al CSO L’hastilla, como está escrito en una pared del interior, un espacio amplio y colmado de pintadas y pósters hasta los topes. Acostumbrados a conciertos de punk rock con poco más de 50 personas, nos sorprendimos gratamente al ver una munión de gente que nos hacía difícil lo que pensábamos que sería fácil: encontarnos con otra amiga dentro. Por lo menos 200 personas bailoteaban al ritmo de FP, llegados de Vic, a la espera del turno de Accidente, un cuarteto de Getafe liderado por una chica y que lleva apenas dos años en activo.
En apenas dos años y dos LPs en el mercado, el segundo, “Amistad y Rebelión“, acabado de salir del horno, han conseguido convertirse en un pequeño fenómeno dentro de la escena española. En un foro, un conocido asegura que en Madrid los vio junto a 300 personas, cifras incluso complicadas de conseguir para algunos grupos internacionales. En las primeras notas del concierto, en el tema “Vendiste Tu Yo al Poder“, empezó el movimiento: empujones, saltos y puños al aire. Tampoco los crowdsurings se hicieron esperar.
Su lírica profundamente politizada (“Policía No“, “Madrid 2011“, “Vuestra Ley, Vuestra Trampa“…) levanta pasiones entre un público mayoritariamente familiarizado con este tipo de consignas. Pero a la vez, la banda huye de apriorismos y consigue acercarse a un público más amplio con melodías pegadizas, más propias de grupos de pop punk que hablan de desamores y sinsabores personales que del mundo de los pinchos y las cazadoras con parches, donde calan esta clase de mensajes contra el gobierno, la política, o en favor de la igualdad de sexos, la homosexualidad o por la liberación animal.
También ayudó a la enorme afluencia de público el carácter benéfico pro-anarquistas presos del concierto, y que luego tocaban Col·lapse, un grupo de referencia en la escena local hardcore punk de Barcelona, liderado por el vocalista de los extintos y rememorados Cinder. Desde primera fila y mirando para atrás uno veía un enorme cartel negro con las palabras “Llibertat presxs” escritas a mano en blanco, mientras se sentía agua en piscina en una competición de natación sincronizada al ver como, de pronto, un par de piernas se alzaban hacia el techo sin poder atisbar el tronco del susodicho o la susodicha (la transversalidad de pantalones de pitillo y zapatillas deportivas confiere un cierto tono asexuado al atuendo en el mundillo).
Con cervezas a un euro, el público disfrutaba de la combinación de temas de sus dos álbumes, apenas pudiendo vislumbrar a la cantante, Blanca, entre tanto hombretón de metro ochenta y a falta de ningún tipo de escenario físico. El espectáculo duró alrededor de tres cuartos de hora, y discutimos los temas que echamos de menos, como por ejemplo, su único esfuerzo en inglés, “Beyond Words”, de su reciente lanzamiento. Desconozco si no duró más por decisión de los miembros (y miembra) del grupo (¿debería decir miembrxs?) o porque el CSO debía cerrar a las diez. Al parecer, por problemas con los vecinos -y por extensión, con la policía-.
Lo que es seguro es que la trayectora de Accidente seguirá por lo menos un tiempo más (desengañémonos, la longevidad de esta clase de grupos suele ser corta), y aunque potencial para llegar lejos tienen, su entregada apuesta por el underground, el DIY y su activismo musical harán difícil que su público crezca. Aún así, conozco a varios grupos que firmarían con sangre 200 asistentes por concierto desde hoy hasta el final de sus días.
Artículo escrito por Marcel Sanromà.