Tengo algo que confesar: padezco el Síndrome de Diógenes. Por si no sabes a qué me refiero, aquí te dejo la definición: «Se caracteriza por el total abandono personal y social, así como por el aislamiento voluntario en el propio hogar y la acumulación de grandes cantidades de basura y desperdicios domésticos».
Bueno, tengo el Síndrome de Diógenes, aunque a mi manera. No voy por las calles recogiendo basura, ni tengo la casa a rebosar de mierda. Nada de eso. Mi versión de la enfermedad consiste en recoger y acumular cosas serias y artísticas, pero que son de una calidad infumable. Malas a rabiar. Películas, libros, canciones… Toda una serie de cosas supuestamente serias y supuestamente elaboradas, tan malas y tan escandalosas en su forma, que me cuesta mucho creer que van en serio. Siempre tengo la esperanza de que sean una broma, pero no. Y claro, no puedo no reírme.
A veces, entre este revuelo en las alcantarillas de la cultura, me topo con cosas extraordinarias. Me refiero a ejercicios llenos de ironía, con la burla y la idea de quedarse con el espectador-lector con la que han sido concebidos. La idea de elaborar un producto supuestamente cultural, sólo para trolear. La intención de usar la ironía para replantearnos la mierda que abunda en el mundo cultural y los derrapes de la crítica y el público borreguil. No son arte, ni lo intentan; buscan sacudir nuestra mente.
Veamos algunos de los mejores ejemplos del uso de la ironía que ha troleado al mundo. Hablemos de la Cultura Troll.
La Cultura troll en el cine y TV
Operación Luna
Es un falso documental del prestigioso canal ARTE. En él se especula que las imágenes de la llegada del hombre a la Luna por parte del Apolo 11 fueron, en realidad, un engaño, sugiriendo que habrían sido rodadas en un estudio por Stanley Kubrick, a raíz de su experiencia en 2001, Una odisea en el espacio. Para dar credibilidad se incluyen entrevistas a Donald Rumsfeld y Henry Kissinger -secretarios de Defensa y Estado-, el entonces director de la CIA Richard Helms, el astronauta Buzz Aldrin, e incluso la viuda del director, Christiane Kubrick. Al final del documental, por si acaso aún dudamos, se aclara que todo es una broma y se muestra a los participantes riéndose a base de bien.
Lo increíble es que hay gente que se lo cree y defiende la idea sin notar la broma. A pesar de las tomas falsas, de los protagonistas preguntando dónde está su guión, las frases sin contexto -que valen para todo- y a pesar de su emisión el 1 de abril de 2004, día de los inocentes en Francia. Toda una serie de fans incondicionales de la conspiranoia -los de los chemtrails, los masones, nazis en la Antártida y los ovnis en Área 51- no son capaces de ver más allá de sus propias convicciones y se lo tragan, para mayor regocijo del director de Operación Luna. Los más despiertos aseguran en foros que el documental va totalmente en serio, pero que «lo dicen así, como en broma, para que no les pase nada».
El club de la lucha para niños
Chuck Palahniuk presenta un vídeo en el que anuncia la versión infantil de su conocido libro ‘El club de la lucha’, con divertidas ilustraciones y un lenguaje típico de los cuentos para niños. Échale un vistazo al tráiler, que no tiene desperdicio alguno de lo conmovedor que es:
La reacción de padres y madres fundamentalistas, obtusos y paladines de la educación es furibunda. Al bueno de Chuck le dicen de todo, menos guapo: inmoral, corruptor, pervertido… Tan furiosos están, y tan ocupados echando bilis que ni se dan cuenta de cómo el autor se descojona con la broma: un vídeo promocional de un libro que no existe.
En lo que los protectores padres no caen es en la ironía del asunto: en este caso la gracia está en trasladar un contenido polémico al mundo infantil, pero en otras ocasiones lo realmente perturbador es que ciertas obras, que realmente van dirigidas a niños, terminan desvelándose como cuestionables y retorcidas. Porque la literatura infantil es un tema muy serio y a veces los propios autores parecen no darse cuenta de ello: ositos de peluche sadomasoquistas, dietas Dukan para niñas, cuentos para superar el complejo de tener un pene pequeño o asimilar sin demasiados traumas las operaciones de cirugía estética de la madre de familia. La literatura infantil retorcida que los padres aceptan sin dudar en pro de una supuesta educación ejemplar.
La Cultura Troll en el mundo de arte
Torbellino de amor
Parece el título de una canción de desamor, o de una tórrida novela romántica, pero no. Ni de lejos. Un buen día en el Museo Guggenheim de Bilbao los guías se rebanan los sesos intentando explicar a los visitantes el intríngulis de un nuevo cuadro expuesto, ‘Torbellino de amor’, de Mike Nedo; según reza el cartel data de 1978 y su propietario es el Museo Solomon R. Guggenheim de Nueva York, gracias a una donación de la magnate Annika Barbangos.
Horas más tarde se hace público el vídeo de la creación del cuadro, que dura poco más de un minuto. Un colectivo de artistas –Mike Nedo– es el que hace y cuelga esta obra, sin valor alguno, para demostrar que «cualquiera puede ser un gran artista y cualquier cosa puede ser arte si se difunde de forma adecuada». Hasta cuatro horas está Torbellino de amor al lado del resto de la colección del Museo. Y es entonces cuando la dirección corre a retirarlo de la sala, aunque ya es tarde: la denuncia está hecha y el impacto siempre quedará allí. Que roben un cuadro de un museo… Bueno, no deja de ser lo acostumbrado; que alguien cuelgue uno es algo que es difícil de poder olvidar.
Como guinda del pastel un miembro de Mike Nedo -quien oculta la identidad «para eludir posibles represalias»- advierte que llevarán a cabo más acciones de este tipo para desenmascarar el arte moderno.
Pierre Brassau
Febrero de 1964. Se presentan cuatro pinturas de un artista desconocido, parte de la avante-garde francesa en una galería de Gotemburgo; sólo hay miradas para la obra del enigmático artista: Pierre Brassau. Todo aquel que pasa por la muestra queda embelesado contemplando las creaciones del artista: críticos de arte, periodistas, estudiantes de arte… El reconocido crítico Rolf Anderberg relata de la siguiente forma su paso por la galería: «Mientras que la mayoría de piezas eran pesadas, la obra de Brassau no: pinta con trazos potentes bajo una determinación muy clara. Sus pinceladas se tuercen con una meticulosidad furiosa. Pierre es un artista cuyas piezas se llevan a cabo con la delicadeza de una bailarina de ballet». No sólo eso: uno de los cuadros de Pierre se llega a vender al coleccionista privado Bertil Eklöt por alrededor de 90 dólares de la época -unos 500 dólares hoy-.
Sólo un crítico, uno sólo, ataca con dureza la obra del pintor: «Sólo un mono podría haber hecho esto». Lo que este crítico no sabe es que está en lo cierto: Brassau es un chimpacé. Y su nombre no es Pierre, se llama Peter.
Al poco tiempo sale a la luz la realidad: todo es una invención de Ake Axelsson, un periodista del diario local Goteborgs-Tidningen. Al hombre se le ha ocurrido la idea de exhibir el trabajo de un mono en una muestra de arte con el único fin de poner a prueba a los críticos. Axelsson se pregunta, ¿serían capaces de distinguir entre arte moderno y el arte de un mono? Para llevar a cabo su plan acude al zoo Boras de Suecia donde se encuentra el chimpancé Peter, un mono africano de cuatro años. Axelsson convence al cuidador de Peter para pasarle pincel y pinturas al óleo y que este desarrolle su técnica; al principio Peter se come algunas pinturas, pero con el tiempo comienza a dibujar en los lienzos. El mono tiene momentos de gran creatividad, especialmente cuando tiene un racimo de plátanos en la otra mano. Tras varias creaciones, el periodista cuenta con una serie de pinturas de las que acaba eligiendo cuatro, aquellas que considera más artísticas.
Axelsson acabada su experimento con una gran bofetada al mundo del arte.
La Cultura Troll en la literatura
Ern Malley
Muchos desafortunados autores entran dentro de la lista de los poetas malditos; individuos cuya genialidad lírica pasa inadvertida y terminan sus miserables vidas en la ignorancia, alimentando con sus cadáveres a perros y cucarachas. Uno de ellos fue Ernest “Ern” Lalor Malley: emigrado desde Liverpool junto con su madre viuda, al morir ella había tenido que ponerse a trabajar con 15 años. Pronto le diagnosticaron la enfermedad de Graves-Basedow, una forma de tiroidismo que se negó a tratar. Había muerto pobre y con el temperamento arruinado por la enfermedad. Su hermana Ethel no supo de la vena poética de Ern hasta la muerte de este, cuando entre sus efectos había encontrado los versos que remitió a Angry Penguins.
El joven poeta Max Harris, fundador de la revista de vanguardia ‘Angry Penguins’, se apresura a sacar un número especial, donde habla de Ern Malley en estos términos: «Trató la muerte con grandeza, y como poesía, al tiempo que soportaba la más aterradora y debilitante tensión que puede afrontar un ser humano». En ese momento comienzan a escucharse las primeras risas. En una revista universitaria sugirieren que a Harris le han gastado una broma; y se descubre el pastel.
Una corriente de poetas observan el camino que ha tomado la poesía vanguardista con una mezcla de sorna e indignación y el epítome de todo su odio es Max Harris. Dos de ellos, James McAuley y Harold Stewart, hacen algo más que criticar; se proponen darle a Harris una lección que nunca olvidará. Crean, para ello, un poeta de mentirijillas. Lo primero es forjar su obra, aunque sea un puñado de poemas. Stewart y McAuley se esfuerzan por descender a los niveles más escandalosos del disparate: anotar lo primero que les viene a la cabeza, elegir palabras de diccionarios abiertos al azar, escribir frases sin sentido, hacer rimas descabelladas o incluso citar sus propios poemas, convenientemente desfigurados. Hacen todo lo que, según ellos, hacen los poetas vanguardistas, pero con mucho más ahínco y, desde luego, mala leche. Afirman que tardan un día, interrumpido por frecuentes carcajadas, en tener preparada una colección de dieciséis poemas a la que titulan ‘The Darkening Ecliptic‘.
Mientras Harris se convierte en el hazmerreír, McAuley y Stewart declaran: «el señor Max Harris y otros escritores de ‘Angry Penguins’ representan el surgimiento de una moda literaria que se ha hecho prominente, que vuelve a sus seguidores inmunes al absurdo e incapaces de discriminación. Si el señor Harris hubiera demostrado tener el suficiente criterio para rechazar los poemas, entonces las tornas habrían cambiado».
El péndulo de Foucault
El argumento de esta novela de Umberto Eco se explica en un párrafo: tres intelectuales snobs llamados Belbo, Casaubon y Diotallevi inventan para divertirse un Plan de los templarios para dominar el mundo. Pero se les va de las manos cuando un erudito hermetista llamado Agliè, presunta encarnación del legendario conde de Saint-Germain, se toma su juego en serio.
¿Más conspiraciones templarias? Horror. Ay, cuánto daño han hecho Dan Brown y los mil imitadores baratos que siguieron su estela. Lo gracioso al leer ‘El código Da Vinci’ es que piensas: ¿pero esta mierda no es una versión de uno de los capítulos de El Péndulo? Lo es y con razón: toda la teoría sobre María Magdalena, el Santo Grial y el secreto de Rennes-le-Chateau aparece en el capítulo 65 de El Péndulo. A Eco le encantaba: «¡Dan Brown es un personaje de El Péndulo de Foucault! Yo lo inventé. Comparte las obsesiones de mis personajes ¡Sospecho que ni siquiera existe!». ‘El péndulo de Foucault’ es una burla y crítica feroz de las teorías de la conspiración, las supercherías ocultistas y el espiritualismo New Age, pero que trata a los blancos de sus burlas con ternura y un cierto cariño, presentándolas como víctimas desvalidas de algún enorme error universal. O, como dice Casaubon hablando de su estudio sobre los templarios: «Hasta el que hace una tesis sobre la sífilis acaba enamorándose de la espiroqueta pálida».
Pero claro, lo que leemos y sabemos que es una burla, una broma conspiranoica… Pues, de nuevo, muchos creen que no lo es. Entre ellos el amigo Dan Brown y sus legiones…
La Cultura Troll en las series
Juego de tronos, el musical
Hay una premisa básica para fomentar el espectáculo en el circo, el más difícil todavía. Por ejemplo hacer malabares está muy visto; mejor si lo hacemos con fuego; mejor aún si llevamos los ojos vendados; mucho mejor si, además, empapamos gatitos en gasolina y los alternamos con las antorchas en llamas. Algo parecido sucedió con la noticia sobre un musical basado en Juego de tronos: juntar la fiebre por los musicales con la popular serie y un grupo de moda. ¿Qué podría salir mal?
El resultado es la banda Coldplay mostrando los primeros ensayos de este proyecto, contando con el reparto original de la serie que canta unas canciones. Con la excusa del Red Nose Day, un evento caritativo, todos ellos se prestan a hacer el ridículo y tomarse a broma el mundo creado por George R.R. Martin. La idea es despertar el interés por una buena causa: mejorar las condiciones de vida de los menores que viven en la miseria y luchar contra la explotación infantil. Tanto la banda como los actores se entregan por absoluto al humor: la Khalessi con el tema Rastafarian Targaryen, la balada romántica sobre el incesto de Jaime Lannister, y Jon Snow cantando Wildlings a Ygritte. ¿Quién pagaría para ver este desastre llamado Game of thrones: The musical? Nadie en su sano juicio. Además, recordemos que es una broma.
Aquí os dejo el link:
Pero claro, no todo el mundo lo ve igual. De nuevo oleadas de críticas furiosas que apuntan a todo el mundo: la cadena HBO, el reparto, Coldplay… El argumento de más crítica es el ansia recaudatoria, sobretodo dirigido al autor de la saga, George R.R. Martin.