Adam McKay se hizo un hueco en la industria a medianos de los 90 como guionista del programa de sketches Saturday Night Live. Tras casi una década trabajando en el popular espacio decidió dar el salto a la gran pantalla siguiendo el mismo estilo irreverente y absurdo de la ficción televisiva (y ya de paso, llevándose con él el talentoso y variopinto elenco que lo formaba. Chico listo). De este modo escribió y dirigió las comedias El reportero: la leyenda de Ron Burgundi (2004), Pasado de vueltas (2006), Hermanos por pelotas (2008), Los otros dos (2010) y Los amos de la noticia (2013).
Con La gran apuesta (The Big Short, 2015), McKay ha dado a su habitual comedia pura y absurda un tono ligeramente más serio y dramático en favor de la lectura crítica de un hecho inflexivo de nuestra historia reciente. Ha obviado así la inteligente estupidez de sus guiones (que ha conseguido retractores y seguidores por igual) para centrarse en un discurso dramáticamente irónico con vocación satírica. Conclusión: te comerás una tragedia a carcajadas.
Más que una buena película, La gran apuesta se asemeja a un genial documental con el objetivo de analizar el complejo proceso que precedió a la quiebra de la economía mundial en 2007. El dinamismo visual del montaje ayuda a hacer el enrevesado discurso más ameno y fácil de digerir. No en vano McKay no se sale del discurso en ningún momento, exceptuando quizás, de forma muy tangencial, en la trama de Steve Carell, que aporta el conclusivo mensaje moralista del filme.
La gran apuesta no distrae. Te dispara e impregna del discurso de una forma que recuerda a la publicidad más efectista: un gallardo montaje visual, famosos explicando los términos más complejos (¿alguien recuerda de lo que habla Margot Robbie?), etc. El filme se basa en el libro homónimo de Michael Lewis, escritor y periodista económico, cuyos libros se han convertido en carne de adaptación en Hollywood durante los últimos años. Así nacieron The Blind Side (2009) y Moneyball (2011).
Así que sí, McKay logra, con las pautas de Lewis, hacer atractiva la aburrida terminología económica con un lenguaje mordaz y directo que atraerá sin duda al espectador medio, aunque al final parte del discurso se diluya y acabemos algo confundidos y saturados con tanta información. El acierto de McKay es enfocarlo des de una perspectiva desenfadada y bienhumorada y no caer en la telaraña del discurso que busca la crítica des de la dramatización de los hechos.
McKay inclina su punto de vista de forma arriesgada y transmite un mensaje claramente posicionado, dejando verdes a los responsables de los hechos sin verbalizarlo en ningún momento. Sólo la perspectiva de los personajes de Brad Pitt y Steve Carell nos muestra a alguien realmente preocupado por las consecuencias de la inevitable quiebra mundial. Para el resto es un “pasen y sírvanse, nos hemos topado con la mejor oportunidad de nuestras vidas y ¡qué cojones, que se joda todo el mundo! Que mientras el barco de la economía mundial se hunde, y con él las vidas de la mitad del globo, yo me mantengo a flote en mi nuevo yate de 50m de eslora y mi ego de listo oportunista”. ¿Lamentable? Sin duda. Pero McKay nos muerde con astucia y nos incita a la reflexión.
Parémonos un segundo a pensarlo y llegaremos a la trágica y realista conclusión: ¿cuántos de nosotros hubiésemos actuado igual? La codicia capitalista que nos llevó hasta la mugrienta situación actual es la misma que impera nuestra forma de ver el mundo, en nuestro día a día, en nuestras casas y en nuestras mentes. Estamos adoctrinados, y lo decimos y repetimos y criticamos hasta la saciedad: queremos el cambio. Pero cuando llega el momento de la verdad la mayoría somos capaces de vender a nuestra propia madre por un cheque regalo en el supermercado de la esquina. ¿Exagero? Claro. ¿Cuesta de creer? Vosotros diréis.